Abandonado a mi suerte
y sin saber en dónde estoy realmente
no tengo nada más que estas ropas viejas.
Y la soledad que me rodea.
Tirado en este altar
siento el pasar de los minutos
contando los autos que pasan a lo lejos
hacia otros parajes más oscuros.
He perdido mi identidad y la memoria
y con ello los dolores y los miedos.
Soy un ser sin sombra,
emanando sus últimos destellos de luz,
una reacción hecha de ceniza.
Un harapo, un muñeco
de ojos rojos y secos, inquietos
de mirada perdida y vacía, inmóvil
con la piel tensa y febril,
de manos temblorosas y pies ampollados
de cuerpo enjuto y rabioso.
Un respirar ruidoso me resuena en la cabeza
y algunas voces me susurran en las manos.
Vibro como una cuerda espacial
produciendo una nota desconocida
que resuena hasta mis huesos
y que rompe mis cadenas.
Suicidados por la sociedad
somos todos hoy.
Tras el cristal hemos escondido todo esto.
Lo que nos enorgullece yace tras uno transparente
y allí nos deleitamos con frenesí
nos exhibimos, desfilamos, nos deslumbramos.
Y lo que nos asfixia, perece tras un polarizado.
Tras el cristal nos hemos refugiado.
Allí duermen las vergüenzas, las falencias, los dolores.
¿Quién vendrá a quebrarlo?
¿Quién vendrá?
¿Quién?
29-08-19.
Cuando nos inunda la oscuridad hay que buscar en la memoria esos momentos felices que nos devuelven la luz. La sociedad somos todos, cada uno de nosotros y a pesar de esa soledad intrinseca que los poetas conocemos tan bien, no estamos solos. El martillo para romper el cristal está en nuestro poder. La palabra es nuestro martillo.
Me gustaMe gusta